Relato Final
El valor de una sonrisa
Son
las 4:50 am, sentada en mi cama, tengo a mi hijo de 2 meses con lágrimas de
hambre, y pienso, Relato final, y miro mi pantalla. Cuantas cosas por contar,
cuantos sentimientos, vivencias, desafíos. Tengo toda una hoja para escribir,
mil cosas que decir y al mismo tiempo, no me sale nada.
Es
que es tan difícil…Cómo explicar un sentimiento que al instante de pensarlo,
revive mil palabras, cómo escribirlas todas juntas, cómo explicarlas.
Sentir
que ya no queda nada por cursar, estando en la recta final, mirar hacia atrás y
ver cuánto he crecido, sentir la adrenalina de cambiar esta hermosa etapa y
avanzar hacia una nueva, es difícil de explicar. Es difícil de saber por antemano
cómo nos desenvolveremos, cuál será la realidad que nos va a tocar.
En los últimos 4 años aprendí
muchas herramientas, historia, instituciones, características, entre muchas
cosas más, pero ahí afuera, me espera la realidad, el día a día, las personas,
los niños, sus crisis, las mías, el compañerismo, la soledad, la discriminación,
el amor de los chicos, él hambre, la pobreza de muchos, la riqueza de otros, la
solidaridad, y cuantas cosas más, y pienso… ¿Cuál es el trabajo que deberé
hacer para hacer lo mejor? ¿Cómo convertirme en esa persona que admiro?, ¿cómo
conocer la injusticia, y seguir adelante? Cómo ser parte de esas otras
realidades y no dejar de ser quién soy, con el miedo a naturalizar lo que no
está bien, con las ganas de siempre superarme, pero vuelvo al inicio, y esta
pregunta que siempre me acompaña, ¿cómo?
La
visita al Jardín Vespertino me hizo crecer y pensar mucho, me saco de la
burbuja. Todos sabemos que hay otras realidades, todos sabemos que hay mucha
necesidad por algún lado ahí afuera, necesidad de amor, necesidad de afecto, de
contención, de inclusión, de abrigo, de techo, pero son pocas las veces en las
que nos encontramos posibles a hacer algo, y en vano, tratamos de ignorarlas.
No hay maldad en ello supongo, se trata de seguir adelante, y saber que no
podemos ante muchas cosas. Pero nos sentimos mal, nos sentimos egoístas,
miserables. Conocer estas otras modalidades me abrió las puertas a ese mundo
que uno ignora por no poder hacer, y me enseñó que no sólo se puede, y mucho, sino
que además uno es mucho más parte de lo que cree. No se puede tapar el sol con
la mano, no podemos terminar con el hambre de comida y amor de todos los niños
que la tengan, pero ver la sonrisa de al menos unos pocos, llegar al corazón de
muchos de ellos, es el camino que cualquier docente desea, porque todos sabemos
y hacemos esta labor sabiendo que no vamos a cambiar el mundo, pero si
cambiamos al menos la realidad de quienes nos acompañan estamos haciendo algo,
y ver a estas docentes, a sus niños, su trabajo y sus logros me llena de
esperanzas. La alegría de esos niños, la confianza de sus jóvenes madres, la
esperanza en los ojos de las seños, no solo me da el mensaje de que se pueden
lograr muchas cosas, sino que también, la manera de lograrlo no siempre está
ligado con lo material.
Al
contrario de lo que uno siempre piensa, la principal necesidad tiene que ver
con el afecto, con el autoestima, con la valoración de quien nos observa, por
aquello que uno hace, por el apoyo de algún otro en esos momentos críticos, en
ver el camino que alguien nos muestra, en poner una meta y cumplirla, en pocas
palabras, la labor de un docente tiene mucho que ver con estas cosas, y desde
mi lugar eso se puede hacer, se puede cumplir desde lo humano, sin un centavo,
es ahí donde me doy cuenta, lo mucho que aprendí, y lo agradecida que estoy de
haberlo descubierto, de haber tenido esta experiencia que me permitió saber,
que no se necesita más que la voluntad enorme de ayudar y educar para poder hacerlo.
Sin importar las circunstancias, siempre se puede valorar los logros ajenos,
siempre se puede acompañar en la educación de un niño, siempre se puede
contener en alguna situación crítica, y es bueno saberlo.
Estudiamos
4 años con la intención de dejar una huella en el otro, una historia, darle un
comenzar a la vida de cada niño, somos educadores. Conocer estas docentes que
tanto hacen, que se involucran, que luchan con un sistema y ganan, que pusieron
muchas metas y las cumplieron, y saber que día a día le cambian la vida a
alguien, le muestran el camino, valoran, me da mucha fuerza, y me permite
soñar, creer que se llega muy lejos si se quiere, y que la recompensa es
enorme, desmedida, porque hasta que exista una unidad de medida en el amor, no
podremos calcularlo, y no sabremos nunca cuanto amor recibimos de los niños,
pero si podremos sentirlo, y será el motor que impulse nuestro espíritu a
seguir adelante siempre.
Miro
nuevamente los ojos de mi hijo, me asombro con la dulzura en que él me mira, a
veces lo soy todo, se me hace un nudo en el pecho. Veo el esbozo de una gran
sonrisa. Las lágrimas de hambre ya no están, y la sonrisa es el puente entre el
sueño y la vigilia, que ha perdido terreno en este niño.
Ya no
tengo miedo, ya creo saber cómo.
Lo
tomo fuerte en mis brazos y tratando de contener todo su cuerpo dormido y
entregado, lo arropo en su cuna pensando, visualizando una sala, un niño, un
abrazo, un beso de despedida, un acompañamiento…si una sola sonrisa como ésta
es mi recompensa al final de la jornada, me sentiré hecha, me sentiré dichosa y
feliz de haberlo logrado.
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